Por Roxana
Contreras
Mi
vida
De
Antón Chéjov
“…Nada pasa sin dejar una huella tras
nosotros, y cada acto nuestro, incluso el más insignificante, ejerce
determinada influencia en nuestra vida presente y futura.”
¿Hasta
dónde estarías dispuesto a llegar por lograr hacer lo que realmente te gusta?
¿A cuántas cosas estarías dispuesto a renunciar por tener la absoluta libertad
de elección en forjar tu propio destino? Estas son algunas de las cuestiones
que se podría haber planteado de antemano Misail, pero no, sin siquiera
meditarlo, se propuso directamente romper las cadenas que lo unían al poder
paterno para alcanzar su libertad. Tan sólo eso, el primer paso. Entre las
lejanas ciudades de Dubechnia y Kurilovka, situadas en Rusia, lugar que “según
nos aseguran los libros de historia, comenzó a existir en ochocientos sesenta y
dos”, y en un tiempo en el que la Rusia civilizada todavía no existía, digamos
a finales del siglo XIX, de acuerdo con la opinión del autor, es allí entre ese
tiempo y esos lugares que Misail emprende su conquista, sin dejar de experimentar
amargas y dulces situaciones. Habiendo cambiado ocho veces de empleo, empleos
que se parecían unos a otros como gotas de agua y yendo de discusión en
discusión con el autor de sus días, “el origen constante de disgustos y de
bochornos” no se quedaría atrás, él no sería menos, de todas formas se las
ingeniaría para llegar a ser Alguien, desafiando todo límite.
Antón
Chejóv (Taganrog, Rusia 1860- Badenweile, Alemania 1904) en “Mi Vida”, nos
relata e ilustra magníficamente “la vida cotidiana de hombres vulgares sujetos
a un destino mediocre”, y en ello reside la grandeza de su obra. Amante de la
amistad, del alcohol y de las mujeres, odiaba a la “vulgaridad”, la mentira y
todo lo que humilla al hombre. Y lo demuestra a lo largo de esta historia
camuflándose detrás de sus personajes y en las acciones, pensamientos y
opiniones de éstos, con la majestuosidad que sólo poseen los grandes maestros
de la Literatura Universal. Antón Chejóv, a quién la malísima situación
económica que atravesaba su familia lo obligó a dedicarse a las letras por pura
necesidad monetaria, enviando sus escritos, primero, a revistas humorísticas,
para luego adentrarse en el mundo de las revistas literarias de la época.
Chejóv a quién, más adelante en el tiempo, el hambre y el cólera lo obligaron a
trabajar para lo que se había formado, desempeñándose como médico. Vivió muchos años en el campo
donde gozó de una gran popularidad y cariño de su gente para la cual hizo
construir carreteras y escuelas. Criticado y atacado por la prensa, querido y
admirado por la gente que lo rodeaba, ese
es el mismo Chejóv que se refleja en el retrato o en los pensamientos y
opiniones de sus personajes, es el mismo que vemos cuando los miramos a ellos.
Si
nos sumergimos de lleno en esta historia nos encontraremos con Misail, un hijo
implorando comprensión, pidiendo ser comprendido y respetado al igual que sus
ideas y proyectos, tratando de decidir el mejor modo de ordenar la vida; y a un
padre autoritario reclamando por el respeto de sus gloriosas tradiciones
familiares, velar por el honor relegado de sus gloriosos antepasados,
imponiendo a su hijo un camino, el buen camino que un noble hijo de una
honorable, rica y distinguida familia de decadentes y grises arquitectos
debería continuar, respetando las tradiciones de generación en generación. Es éste
el mismo hijo de una respetable familia quien decide romper las cadenas que lo
atan a su pasado familiar y abrir una nueva línea a seguir, forjando su propio
camino, su propio destino contagiando de ideas a los otros, a los que lo
rodean. Es ese mismo quien decide convertirse en un simple obrero, un simple
trabajador a pesar de su nobleza heredada, quien se había convertido para su
amada en no más que un “cochero que la había transportado de una etapa a otra
de su existencia.” Tanto Misail como su eterno amor, María Victorovna, unidos
en la lucha por una causa común, en “un odioso rincón provinciano, poblado por
seres mezquinos y vulgares”, luchando contra “el mal que reina en la aldea: la
ignorancia, el hambre, el frío, la degeneración.” Una aldea en donde uno puede
llegar a indignarse cada día un poco más con sus habitantes o llegar a odiar
con toda el alma. Habitantes sumergidos en un pueblo en donde “la mayor parte
eran hombres nerviosos, irritables, ignorantes, de imaginación estrecha, de
horizontes muy limitados. Todos sus pensamientos giraban en torno a la tierra
negra, al pan negro y a su vida gris. Con toda su astucia y su mala fe, no
sabían hacer el más sencillo cálculo aritmético. Se negaban a trabajar por
veinte rublos, por juzgar el precio demasiado exiguo, y consentían en trabajar
por medio cántaro de vodka, aunque con los veinte rublos podían comprarse cuatro
cántaros… Los campesinos vivían como cerdos, se emborrachaban, eran a menudo
estúpidos, engañaban al prójimo, y sin embargo, se advertía que en la vida
campestre había una base sólida, real, una base de que carecía la vida
ciudadana. Viendo al campesino trabajar la tierra, olvidaba uno su estupidez, sus
borracheras y descubría en él una gravedad, una importancia… aquél campesino
sucio, bestia y borracho aspiraba a la justicia, tenía la convicción profunda
de que sin justicia la vida es imposible.”
María, luchadora
incansable en contra de la ignorancia y a favor siempre de la cultura y el
arte. “-Sí, el arte… Lo único es el arte. Sólo él dota al hombre de alas, le
levanta sobre la tierra y le lleva muy lejos. Quien está cansado de ver en
torno suyo la suciedad cotidiana y las preocupaciones mezquinas, quien se
siente ofendido, indignado por la prosa de la vida, puede hallar el reposo y la
satisfacción en el arte, en lo bello…” Encargada de la edificación de la
escuela para la gente de su pueblo, gente a quienes solo les interesaba causar
grandes inconvenientes, como invadir un terreno ajeno y usarlo para dejar
tirados sus carros y herramientas y haciendo pastar allí a sus caballos; generar
graves problemas y discusiones y pedir mucho dinero (a cambio de poco y nada de
trabajo) que luego gastarían en alcohol, acrecentando la impaciencia, odio e
indignación de María, desgastando poco a poco la buena fe que dentro de ella
quedaba.
Cleopatra,
la sumisa e inocente hermana de Misail, interesada en demostrarle a su padre
que ella es muy capaz de protestar contra la tiranía a la que él ha querido
someterla, bajo la influencia de su adorado hermano, experimentaba el dulce
despertar de su mente y espíritu. Una sencilla ama de casa, encargada de
vigilar a los sirvientes, supervisar los quehaceres domésticos y controlar que
no se gaste demasiado azúcar; convertida en una amanerada y ridícula suerte de
actriz sin talento en lo absoluto, una errante y sufrida madre soltera abandonada
a la suerte, abandonada por su prometido arrepentido y egoísta, sediento de
ambición, ambición por una carrera que forjara un futuro mejor para sí mismo,
con alto status social y dinero con el que contar hasta para no saber en qué despilfarrar.
Porque
según las costumbres de la vida, para los campesinos rusos de finales del siglo
XIX, “cada hombre debe permanecer en la clase social donde ha nacido.
Desgraciado de aquél que quiere rebasar los límites que le han sido designados
al nacer.” Quizás sea por intentar desafiar los límites del prejuicio y la
superstición, por desafiar lo establecido y buscar el cambio, abrir otras
puertas, elegir esa otra opción que los llevara por el camino del bien, que
Misail y Cleopatra decidieron cambiar el rumbo, siendo cada uno autor de su
propio destino, acarreando el peso de las consecuencias y sus desgracias,
porque no hay ninguna fuerza capaz de impedirnos decir francamente lo que
pensamos y actuar con total libertad de elección. Rodeados de seres crueles y
avariciosos que vivían en la misma oscuridad del alma que hace siglos,
soportando la monotonía de sus vidas limitadas, dejándose llevar por sus
instintos de bestias. Después de todo lo vivido en años, después de todo lo
experimentado a través de la lectura de la vida de todos los personajes que
desfilan por esta historia, cabe preguntarse: “¿Qué influencia había tenido en
ellos todo lo que había producido la cultura? Seguramente ninguna. ¿Y qué
influencia había tenido en Misail, Cleopatra y María todo el camino recorrido?
Seguramente mucha. Y eso es lo que marca la diferencia.
Artículo
publicado en la edición nº 19 de la
revista literaria “Granite and Rainbow”.
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