domingo, 26 de mayo de 2013

“La temperatura en la que los libros arden…”



    Un futuro inimaginable es posible. Lo inverosímil nos acecha. Ese extraordinario e impensable futuro lejano nos espera a la vuelta de la esquina. Un futuro lejano que se parece bastante a nuestro presente frente a un espejo. Cuesta creer lo distinta que será nuestra sociedad en un futuro lejano, a tal punto que será irreconocible. Personas que vivan en una completa irrealidad, embobadas frente a pantallas gigantes de televisión y sus programaciones idiotas, pantallas tan gigantes como paredes enteras; personas que creen ser y vivir felices sin siquiera conocer la definición de esta palabra. En definitiva una fría sociedad sin cultura, que vive en un mundo en donde los animales son feroces robots entrenados para matar, y en donde los bomberos ya no se dedican a apagar incendios, sino que los provocan, intentado hacer desaparecer todo vestigio de literatura, filosofía, ciencia, cultura, y todo aquello que provoque a las personas pensar por ellas mismas. Los libros arden, en éste lugar, donde se descansa de día y se trabaja y se buscan aventuras de noche, donde existe un bombero, que contiene en su interior,  la chispa que encenderá la llama de la curiosidad, que arderá y se propagará. Él se propone descubrir verdades que hagan cambiar al mundo, buscando aliados que lo ayuden a seguir, a pesar de su infortunio. Ese futuro inimaginable nos acecha y nos espera en nuestro propio presente, a la vuelta de la esquina, espera que entremos a nuestra librería más cercana, y nos decidamos a sumergirnos dentro del mundo que nos describe Ray Bradbury en “Fahrenheit 451”. Simplemente excelente e imperdible.

By:  Roxana Contreras.

*  Breve publicado en la edición nº 23 de la revista literaria Granite and Rainbow.

El Diario de Ana Frank
Por Roxana Contreras

Holanda durante la Segunda Guerra Mundial y un “anexo” secreto. Entre un grupo de ocho refugiados judíos, la joven Ana y su experiencia de vida.



Ana era una chica con la que solo unos pocos nos podemos sentir identificados. Una niña que se libró de lleno a una lucha interior y peleó consigo misma para llegar a ser cómo ella quería ser, siempre sin perder de vista su objetivo y teniendo bien en claro sus elecciones. A Ana le tocó vivir en una época oscura y terrible de la historia de la humanidad, como a millones de personas. Una época amarga que de a poco fue arrebatando y destruyendo tantos sueños e ilusiones. Tuvo que reunir mucho valor para enfrentarse a lo que todavía no conocía del todo, y demostró ser un verdadero ejemplo de fortaleza y razonamiento.
De un día para el otro, sus días soleados rodeada de amistades y afectos, en la escuela y en la calle, su familia y su acogedor hogar, sus salidas, sus divertimentos y sobretodo su adorada libertad, se terminaron. Todo fue cambiando. Ciertas situaciones y el enfrentarse a ellas, hacen cambiar a las personas. El entorno, a veces, nos convierte en algo que no deseamos, simplemente nos transforma, para bien o para mal. Ana dejó de ser, a través de su experiencia personal, la chiquilla risueña y charlatana, a la que su profesor de matemáticas, en la escuela primaria, la mandaba a escribir composiciones sobre “una parlanchina incorregible”, como castigo por hablar mucho en clase. Profesor que luego se limitaba a bromear sobre sus “eternas charlas”. En un tiempo en donde la “libertad estaba estrictamente limitada”, Ana se convirtió, poco a poco, en una niña con “la cabeza llena de cosas tristes”. En su encierro, Ana se volvió un ser sumamente razonable. Porque allí había que serlo siempre. “Hay que aprender a escuchar, a callar, a ser amable, a ayudar y a quién sabe qué más.” “Temo que abusan de mi cerebro ya de por si poco brillante, y que no quedará nada de él después de la guerra”- Se decía para sus adentros.
Era sobretodo el silencio lo que la crispaba, por la tarde y por la noche. No podía expresar la opresión que experimentaba por el hecho de no salir nunca y tenía muchísimo miedo de que fueran descubiertos y fusilados. Ana pudo presagiar su destino final y el de su familia, aunque no quería verlo, y nunca hubiera querido que eso sucediera, porque ella aún conservaba su nítida esperanza, la esperanza de ver sus anhelos realizados. “A veces pienso que Dios quiere ponerme a prueba, no sólo ahora, sino también más tarde, lo principal es mejorar por mi propio esfuerzo, sin ejemplos ni sermones, para después ser más fuerte.”
Ante lo atroz de la vida, Ana era la niña que pensaba que “podríamos cerrar los ojos ante toda esa miseria, pero pensamos en aquellos que queremos, temiendo por su suerte, sin poder socorrerlos.” Con los ojos y la conciencia bien abiertos hacia la realidad, soportando golpe tras golpe, horrendas noticias unas tras otras, o solo el asomarse a una ventana, para contemplar hasta que punto llega la adversidad humana. Ana no cierra sus ojos ante la realidad, pero no pierde la esperanza, de que todo cambie y la guerra termine pronto. Busca llenar sus días, distrayéndose, haciendo sus quehaceres cotidianos, leyendo y estudiando, pensando a veces que “las personas libres jamás podrán concebir lo que los libros significan para quienes vivimos encerrados”, en un mundo donde “leer, aprender y la radio es toda nuestra distracción” para llenar el tiempo. Para escapar de la atroz angustia que a veces, de golpe, la invadía, Ana se recostaba en el diván “para que el sueño acorte el tiempo, el silencio y la terrible angustia.” Porque “no queda otro remedio.”
Ana, la chica que temía porque el entorno destruyera su cerebro, que odiaba que los demás se pelearan por naderías, y prefería evitar cualquier discusión, era la misma que avasallada por la situación, se deshacía en lágrimas por las noches en soledad. Cansada de ser el blanco de todos los sermones, sabía reflexionar mejor que todos los adultos que la rodeaban, y se mostraba, para sus adentros, sabía en sus convicciones. A veces callaba, ocultando sus ideales ante los ojos de sus padres sabiendo que ellos no la comprenderían. Se preguntaba si “habrá padres capaces de satisfacer enteramente a sus hijos?”, observando el trato que sus padres tenían para con ella y su hermana, y el de los padres de su adorado amigo Peter para con él. Aprendiendo a lidiar con las adversidades de la vida, superando las pruebas difíciles, ella mejor que nadie se conocía a sí misma, reconocía sus defectos, como así también sus virtudes, y ella sabía mejor que nadie, cuanto empeño ponía en corregir sus errores y defectos, por cambiarlos y convertirlos en virtudes, porque ella misma también sabía que “no es nada fácil ser la figura central de todos los defectos en una familia hipercrítica”. Ana era la niña que se refugiaba mirando  los árboles, el cielo y las estrellas, se refugiaba en la Naturaleza, porque era allí donde encontraba un inigualable consuelo y en donde su esperanza también se resguardaba, porque a pesar de todo, ella intentaba no ver la miseria que había “sino la belleza que aún queda”.
Aparte de encontrar refugio en la Naturaleza, en sus afectos y en sus nobles sentimientos, Ana se refugiaba en su diario. Allí dejó plasmado todos sus pensamientos y sentimientos, todas sus ideas e ideales, para más tarde darlos a conocer a todo el mundo, sin siquiera ella saberlo. Soñaba con llegar a ser periodista o célebre escritora, no quería ser una simple ama de casa, quería escribir, una vez que la guerra terminara, una novela sobre el anexo. Temas e ideas no le faltaban. Dejó sobrada muestra de su talento innato para la escritura, para la reflexión, y para informar e informarse sobre la situación actual política, económica y social de su país y alrededores. Aún así sentía que todavía tenía mucho por aprender y hacer, y se dormía con “esa sensación extraña de querer ser diferente de cómo soy, o de no ser como yo quiero o de proceder tal vez de manera distinta a como querría ser o como realmente soy.” Intentando mejorar todos sus aspectos negativos, Ana nunca dejó de refugiarse, en sus afectos, en la naturaleza, en su diario y su escritura. Porque al escribir se olvidaba de todo, sus penas desaparecían y su valor renacía. Agradecía a Dios por su don de poder escribir y expresar lo que pasaba dentro de ella, y se preguntaba si algún día sería capaz de escribir algo perdurable, pero tenía la certeza interior de que sí, algún día lo lograría, porque lo deseaba ardientemente y porque al escribir captaba sus  pensamientos, ideales y fantasías perfectamente. Quiso el destino que el mundo conociera su legado, y hoy podamos leer su diario, donde podemos conocer su experiencia, su palabra, su talento y donde la vemos y conocemos, como ella quería, así tal cual era, con sus defectos y virtudes, y nos deje una huella marcada, y así siga a través de nosotros, cada uno de sus lectores, “tratando de buscar la manera de llegar a ser aquella que tanto querría ser, aquella que podría ser, sino hubiera otras personas en el mundo.”

*  Artículo publicado en la edición nº 23 de la revista literaria Granite and Rainbow.